domingo, 5 de octubre de 2008

EL CADÁVER

El cuerpo desnudo de la mujer asesinada estaba tendido en la mesa del anfiteatro. Antes de proceder a la necropsia, el médico pasó la mano sobre el promontorio velludo y carnoso, y dirigiéndose a sus alumnos dijo: es una lástima. Morir tan joven cuando tenía tanto que brindarle a la humanidad. El cadáver se ruborizó y cambió de posición.
cuento corto por: Roberto Montes

jueves, 2 de octubre de 2008

SAN BENITO

Mi nombre es Juan mi apellido Cadena, nací en San Benito, este es un municipio ubicado en algún punto del departamento de Sucre.
A veces me resulta un poco difícil describir lo hermoso de mi terruño, pero voy a hacer el intento, porque sería un acto egoísta dejar en la inopia semejante belleza. Son tantas las cosas que me unen a ese pueblo que no me alcanzaría el resto de la vida para describirlas; allí por ejemplo, la vieja Luisa, la única partera de la comarca, cercenó de mi vientre la tripa del ombligo y la sepultó al lado del coco, que está sembrado en la esquina izquierda del patio de mi casa, por eso cada vez que voy, consumo el agua de un coco verde y me embriago en una especie de ritual.
En el parque central danzan los recuerdos de aquel beso que le hurté a María, ella fue el primer amor que se enredó en mis brazos. Inventamos tantas estrategias, para que su tía no descubriera nuestro pequeño romance. Recuerdo por cierto, una vez, poseído por la desesperación al no poder comunicarme con ella, capturé una luciérnaga, le amputé la cola y con el neón que extraje de la victima le escribí un te quiero gigante en una hoja, para que así María, leyera el mensaje en las tinieblas de su cuarto sin que nadie se enterara.
Me gustaba mucho bañarme con los primeros aguaceros de Agosto y aunque mi casa se inundaba, yo era feliz viendo bajar del cielo peq ueños peces de colores, que caían inmortales, para que mis vecinos y yo jugáramos con ellos.
San Benito fue sin duda alguna por aquellos tiempos, un pequeño estado perfecto y un remanso de paz, y digo-por aquellos tiempos-porque poco después de mi partida, mis conciudadanos eligieron alcalde, y ahora todos se encuentran en prisión: “se les acusa de matar el tiempo”
Por: Jhonny polo

lunes, 29 de septiembre de 2008

LA LIBELULA







Cuando la vi. ya no pude parar, y ese instinto de furia animal, que en los hombres ayuda a perpetuar los hechos vandálicos me empujó al acto que nunca consumé.

Me detuve extasiado contemplando sus ojos que reflejaban, todo un mundo de inocencia y ternura. Me perdí en su mirada hipnotizante “como un enamorado que no cree en el infortunio” enfundé de nuevo el puñal de sarcasmos que había desenfundado para atacarla.

Entonces me dispuse a comprender la escena, que se abría espacio delante de mis ojos. ¿Quién lo creyera? Yo que hasta ayer había sido el más satírico de los seres, hoy estaba embullido en una nebulosa de sueños nobles; toda mi historia se había cambiado en cuestión de segundos: ¿Qué me había pasado? ¿Será que en mis crímenes anteriores nunca había contemplado la victima, a los ojos? ¿y? si es así, ¿será que los crímenes y las guerras, lejos de ser una ceguera racional, son la ausencia de una mínima contemplación al otro?. Lo cierto es que yo estaba transformado y me había dispuesto a metamorfizar el mundo, para hacerlo totalmente distinto. Donde no haya lugar para los genocidios, las guerras estupidas y los crímenes sin tregua.

En mi intento por cambiar la realidad global, comencé transformando la mía, desde la mirada de ella: por lo menos era un buen principio, y, si fracasaba en mis intenciones, me quedaba el consuelo de mi mundo distinto.

Volví la mirada hacía ella para contemplar de nuevo sus ojos pero, ya se había marchado

Así son las libélulas llegan con cada verano a transformar a los hombres que las miren a los ojos y se van con las primeras lluvias.


Por: Jhonny polo

AL OTRO LADO DEL BRONX





El fuerte chorro de una tanqueta, tal vez sea el preludio de una noche siniestra, más fría y tétrica que de costumbre y más desoladora que siempre, mientras el bullicio esconde las voces de protesta de aquellos que en su existencia oculta, por una sociedad desigual, evocan por lo menos un momento de fantasía bajo el efecto alucinógeno de las drogas.
Al frente del latoso espectáculo, y a traves del ventanal se asoma tímido un seminarista, desde la estancia estructural de su seminario, observa muchas caras que llevan consigo el letargo producido por la desesperanza, y en medio de la multitud que se escabulle de los gases lacrimógenos y de los bolillazos de los uniformados, logra atisbar un rostro anciano y tiznado por la polución, que arroja el centro de Bogotá. El religioso clava la mirada en la cara del viejo, mientras a este lo golpea fuertemente el agua que sale impetuosa de la tanqueta. El seminarista se queda perplejo, y mira, cómo en un intento exasperado y casi amedrantado, el anciano procura tapar los cartones que había recolectado en el trascurso del día, pero ante la imposibilidad de lograrlo no le queda más que observar trémulo desvanecer ante la arremetida húmeda, su pequeña empresa.
El viejo se va cabizbajo y derrotado, el seminarista con la misma sensación se dirige a la capilla, toma su breviario y reza completas…
Por: Jhonny Polo

EL ÚLTIMO FANDANGO

Aún el tiempo no había cambiado, las ganas de llover persistían y Juana “emperifollada” rogaba al milagroso de la Villa para que la robusta nube embarazada de gotas se alejara.
Por otro lado, José Dolores sentado en un tronco de coco, flexionaba su cintura para atarse las abarcas “tres puntás”.

Había “fandango” en la plaza principal en honor a santa Lucía, y era un orgullo para las parejas enamoradas amanecer en el ruedo con el mechón encendido en sus manos. Pero Juana y José Dolores seguramente no podrían bailar ni una sola pieza, aunque se murieren de deseo, porque don Jacinto progenitor de Juana, velaría para que ella no se soltara del lazo asfixiante de su prometido, el hijo de un hacendado.

En el instante en que las agraciadas muchachas del pueblo, vestidas con sus coloridas polleras fandangueras, realizaban súplicas a santa Lucía para que no lloviese, una ráfaga dividió el cielo como un lapo. Era un trueno y con él paradójicamente cesó la amenaza de lluvia.

En cuestión de segundos se atestó la vieja plaza central de personas que a torrentes ingresaban por todas la callejuelas, alborotando en su afán una inmensa nube de polvo, que escasamente permitía distinguir el tumulto humano de una estampida de bueyes.

El ruedo estaba listo y las parejas como en una especie de ritual, comenzaron a moverse extasiadas al son de trompetas y tambores.
A José Dolores y a Juana solo les quedaba la leve esperanza que en una vuelta coincidieran sus miradas, para hacer de ellas un eterno remanso, y los segundos que durara el giro, serían un contemplar fantasioso y a alucinante.

Cuando lograron toparse frente a frente, sus miradas se prodigaron tantas cosas, al tiempo que una lechuza se elevó y cantó en lo alto como un mal presagio. Hasta el cosmos quedaba pequeño comparado con todo lo que lograron prometerse en el ínfimo lapso que dura una mirada en el giro de un baile.

La noche avanzaba vertiginosamente, y los tragos de “ñeque” que había ingerido José Dolores lo animaron a raptar de brazos de su prometido a la bella Juana, custodiada por su padre, armado de una escopeta. Juana intentando proteger la vida de José, se puso esquiva ante el abrazo, pero pudo más la pasión por él, que terminó aferrada a su cuerpo con entrega perenne. Ella levantó la cabeza y se detuvo a contemplar los bellos ojos de su amado, y así se fundió en un sueño que duró poco, porque se percató de inmediato que de la boca de José brotaba en forma de pelotas coaguladas la sangre de sus entrañas.
El prometido de Juana había asestado en la espalda de José, una puñalada mortal, la cual manchó el amanecer que se vislumbraba en el horizonte del playón.

Desde entonces los niños gritan improperios a una mujer desquiciada, que baila en la plaza central fandango sin música alguna, abrazando a su pecho un palo disecado, que le recuerda el amor que nunca volverá.
Por: Jhonny Polo

domingo, 28 de septiembre de 2008

CRONICAS DEL ABSURDO





Un Cristo mutilado y una reconstrucción mental de lo absurdo es lo que puede conseguir el visitante de la Parroquia Bojayá Chocó, cuando el padre Rafael, tan amablemente lo conduce cual guía turístico de lo escabroso a través del templo, epicentro del cilindro bomba que acabó con la vida de un sin número de personas en esta localidad.

I

Después que la empleada de la parroquia me ofreciera un jugo de Borojó con tres gotas de limón (ya no me acuerdo cual era el objetivo; si bajar o subir la temperatura) el padre Rafa; como cariñosamente le dicen en su parroquia, inició un coloquio conmigo, a propósito del atentado. Me contaba con cierto fervor narrativo cómo el padre Antonio, párroco de la parroquia en esa época, observaba los cuerpos sin cabeza corriendo por reflejo. Luego de referir esto, se detuvo, extendió la mirada hacia el Río Atrato y prosiguió: - yo no me explico como pudieron pasar por el Atrato los botes repletos de “paras” si todo estaba custodiado por el ejército-

Dentro de todos los pormenores que ya ustedes conocen, el sacerdote logró captar mi atención, cuando en su conversación trajo a relucir el tema de las voces fantasmagóricas que comienzan a escucharse en el templo cuando el reloj justamente marca las 12 en punto de la noche. Lo mandé a repetir varias veces la versión, mientras que irremediablemente me resistía a creer que tales fenómenos fueran ciertos……

Afirmaba: -lo que resulta más tenebroso para las personas que escuchan los sollozos, son los llantos melancólicos y las palabras indescifrables de una niña-
Fue tanta la persistencia del padre, que me hizo quedar para que mis escépticos oídos escucharan.
Sólo unos días despues supe que la niña se llamaba Alicia.

II


Entonces me puse en vigilia justamente en el centro del templo. La incredulidad aún reinaba en mí; ni siquiera me explicaba por qué había aceptado esperar. Pero la verdad. No hay nadie totalmente incrédulo; todos de alguna forma creemos así sea en la fidelidad de nuestra propia increencia. Cierta incertidumbre me invadía esperando la hora justa en que aparecerían los ecos de los fantasmas. No podía evitar el movimiento rítmico de mis piernas, que empezaban a ser más frecuentes a medida que el tiempo avanzaba, y la hora en que debían manifestarse los quejidos se acercaba. Con cada tic-tac del reloj se consumía un cigarrillo en la horqueta de mis dedos. Desesperado, como quien espera un cadáver de un ser amado, erguí mi cuerpo y me dispuse a recorrer la instancia del templo; verifiqué la grabadora para que no me fallara a la hora de ponerla en marcha, para grabar las famosas voces……

Por fin, sólo faltaba una vuelta del segundero; mis ojos se clavaron en el palillo; no sé pero el tiempo en que el segundero duró dando la vuelta se me hizo descomunalmente largo, como si toda una eternidad estuviera condensada en un segundo.
Mas no deseo captar la atención del lector dando detalles antes de llegar al hecho. Les diré que puntualmente, a la hora señalada, se escucharon las voces. En principio no escuché la voz de la niña, sólo unos cantos de alabaos, tristes e indescifrables, justo en el centro del templo. Luego, agudicé mis oídos y logré ubicar un llanto y unas palabras entrecortadas que provenían del altar; entonces, con un poco de miedo, me limpié con el antebrazo el sudor que se deslizaba en mi frente y me dirigí al lugar para grabar. Era conmovedor escuchar aquellos llantos y aquellas súplicas, aunque no podía entenderlas, pues los fantasmas tienen su propio lenguaje, un meta-lenguaje casi como el de los dioses.

Grabé el cúmulo de ruidos fantasmales, el cual sólo se demoró un instante. Seguro de haber grabado, más no sé con qué intención, guardé el cassette, como quien protege un tesoro.

III

Metido en la cama el asunto no dejaba de ondear en mi cabeza. De pronto, una idea, aunque descabellada se vino a mi mente. Me acordé que en la Calle 19 con Caracas, cerca de mi residencia en Bogotá, no solamente hay bares de putas y travestis, sino que también observé un día un sitio misterioso, con un aviso hecho sobre una lata oxidada que decía: Centro de Parapsicología. Pensé entonces que estas personas podían tener una especie de aparato fónico, que ayudara a descifrar ciertos códigos lingüísticos de fantasmas.

IV

Al día siguiente, muy temprano, emprendí el viaje de regreso a la capital, y me dirigí de inmediato al Centro de Parapsicología, y como quien está poco convencido de la certeza de algo, llegué a la casa y enseguida toqué la puerta vieja y tiznada, pues la mansión era una construcción de finales del S. XVIII. Las bisagras no dudaron en quejarse, cuando alguien, desde adentro, presionó para abrir. Me quedé un poco sorprendido al ver que quien me invitaba a pasar, era una persona de apariencia enfermiza, de brazos largos y silueta lánguida que me presentó a un sujeto barbado que se encontraba sentado en el fondo de la sala. Una vez dentro de la misteriosa sala, acomodé mi cuerpo en un mueble viejo y roto, les conté el caso y les entregué el material grabado. Sin decirme nada, el hombre de apariencia enfermiza se dirigió a un cuartucho -supongo que era el laboratorio- y luego de dos horas de arduo trabajo, me entregó un papel con los códigos ya resueltos. Los dos hombres me dijeron, con la seriedad del caso, que solo habían podido descifrar la voz de la pequeña, pues las otras voces, las de los Alabaos, sólo eran tarareos de una canción desconocida. El hombre de barbas que acompañaba al de apariencia enfermiza, me miró fijamente y dejó ver su dentadura blanca, cuando me sonrió.

Envolví el papel sin atreverme a leerlo. Ya en la casa, y después de un largo discernimiento sentado frente a mi escritorio, decidí abrirlo. En un principio todo me parecía sin sentido y repetía en mi mente las palabras de aquel papel.

Después que el padre Rafa me aclarara todo, he podido comprender mejor las cosas.

A ustedes sólo les diré el contenido del papel; el resto tendran que deducirlo, yo me limito a anexarles la aclaración que me hiciera el padre Rafa. Sin más preámbulos, aquí les lanzo las palabras: “...general devuélvame a mi Vida”. Vida era el nombre con el cual Alicia, había bautizado a su muñeca.


Por: Jhonny Polo.