lunes, 29 de septiembre de 2008

EL ÚLTIMO FANDANGO

Aún el tiempo no había cambiado, las ganas de llover persistían y Juana “emperifollada” rogaba al milagroso de la Villa para que la robusta nube embarazada de gotas se alejara.
Por otro lado, José Dolores sentado en un tronco de coco, flexionaba su cintura para atarse las abarcas “tres puntás”.

Había “fandango” en la plaza principal en honor a santa Lucía, y era un orgullo para las parejas enamoradas amanecer en el ruedo con el mechón encendido en sus manos. Pero Juana y José Dolores seguramente no podrían bailar ni una sola pieza, aunque se murieren de deseo, porque don Jacinto progenitor de Juana, velaría para que ella no se soltara del lazo asfixiante de su prometido, el hijo de un hacendado.

En el instante en que las agraciadas muchachas del pueblo, vestidas con sus coloridas polleras fandangueras, realizaban súplicas a santa Lucía para que no lloviese, una ráfaga dividió el cielo como un lapo. Era un trueno y con él paradójicamente cesó la amenaza de lluvia.

En cuestión de segundos se atestó la vieja plaza central de personas que a torrentes ingresaban por todas la callejuelas, alborotando en su afán una inmensa nube de polvo, que escasamente permitía distinguir el tumulto humano de una estampida de bueyes.

El ruedo estaba listo y las parejas como en una especie de ritual, comenzaron a moverse extasiadas al son de trompetas y tambores.
A José Dolores y a Juana solo les quedaba la leve esperanza que en una vuelta coincidieran sus miradas, para hacer de ellas un eterno remanso, y los segundos que durara el giro, serían un contemplar fantasioso y a alucinante.

Cuando lograron toparse frente a frente, sus miradas se prodigaron tantas cosas, al tiempo que una lechuza se elevó y cantó en lo alto como un mal presagio. Hasta el cosmos quedaba pequeño comparado con todo lo que lograron prometerse en el ínfimo lapso que dura una mirada en el giro de un baile.

La noche avanzaba vertiginosamente, y los tragos de “ñeque” que había ingerido José Dolores lo animaron a raptar de brazos de su prometido a la bella Juana, custodiada por su padre, armado de una escopeta. Juana intentando proteger la vida de José, se puso esquiva ante el abrazo, pero pudo más la pasión por él, que terminó aferrada a su cuerpo con entrega perenne. Ella levantó la cabeza y se detuvo a contemplar los bellos ojos de su amado, y así se fundió en un sueño que duró poco, porque se percató de inmediato que de la boca de José brotaba en forma de pelotas coaguladas la sangre de sus entrañas.
El prometido de Juana había asestado en la espalda de José, una puñalada mortal, la cual manchó el amanecer que se vislumbraba en el horizonte del playón.

Desde entonces los niños gritan improperios a una mujer desquiciada, que baila en la plaza central fandango sin música alguna, abrazando a su pecho un palo disecado, que le recuerda el amor que nunca volverá.
Por: Jhonny Polo

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