domingo, 28 de septiembre de 2008

CRONICAS DEL ABSURDO





Un Cristo mutilado y una reconstrucción mental de lo absurdo es lo que puede conseguir el visitante de la Parroquia Bojayá Chocó, cuando el padre Rafael, tan amablemente lo conduce cual guía turístico de lo escabroso a través del templo, epicentro del cilindro bomba que acabó con la vida de un sin número de personas en esta localidad.

I

Después que la empleada de la parroquia me ofreciera un jugo de Borojó con tres gotas de limón (ya no me acuerdo cual era el objetivo; si bajar o subir la temperatura) el padre Rafa; como cariñosamente le dicen en su parroquia, inició un coloquio conmigo, a propósito del atentado. Me contaba con cierto fervor narrativo cómo el padre Antonio, párroco de la parroquia en esa época, observaba los cuerpos sin cabeza corriendo por reflejo. Luego de referir esto, se detuvo, extendió la mirada hacia el Río Atrato y prosiguió: - yo no me explico como pudieron pasar por el Atrato los botes repletos de “paras” si todo estaba custodiado por el ejército-

Dentro de todos los pormenores que ya ustedes conocen, el sacerdote logró captar mi atención, cuando en su conversación trajo a relucir el tema de las voces fantasmagóricas que comienzan a escucharse en el templo cuando el reloj justamente marca las 12 en punto de la noche. Lo mandé a repetir varias veces la versión, mientras que irremediablemente me resistía a creer que tales fenómenos fueran ciertos……

Afirmaba: -lo que resulta más tenebroso para las personas que escuchan los sollozos, son los llantos melancólicos y las palabras indescifrables de una niña-
Fue tanta la persistencia del padre, que me hizo quedar para que mis escépticos oídos escucharan.
Sólo unos días despues supe que la niña se llamaba Alicia.

II


Entonces me puse en vigilia justamente en el centro del templo. La incredulidad aún reinaba en mí; ni siquiera me explicaba por qué había aceptado esperar. Pero la verdad. No hay nadie totalmente incrédulo; todos de alguna forma creemos así sea en la fidelidad de nuestra propia increencia. Cierta incertidumbre me invadía esperando la hora justa en que aparecerían los ecos de los fantasmas. No podía evitar el movimiento rítmico de mis piernas, que empezaban a ser más frecuentes a medida que el tiempo avanzaba, y la hora en que debían manifestarse los quejidos se acercaba. Con cada tic-tac del reloj se consumía un cigarrillo en la horqueta de mis dedos. Desesperado, como quien espera un cadáver de un ser amado, erguí mi cuerpo y me dispuse a recorrer la instancia del templo; verifiqué la grabadora para que no me fallara a la hora de ponerla en marcha, para grabar las famosas voces……

Por fin, sólo faltaba una vuelta del segundero; mis ojos se clavaron en el palillo; no sé pero el tiempo en que el segundero duró dando la vuelta se me hizo descomunalmente largo, como si toda una eternidad estuviera condensada en un segundo.
Mas no deseo captar la atención del lector dando detalles antes de llegar al hecho. Les diré que puntualmente, a la hora señalada, se escucharon las voces. En principio no escuché la voz de la niña, sólo unos cantos de alabaos, tristes e indescifrables, justo en el centro del templo. Luego, agudicé mis oídos y logré ubicar un llanto y unas palabras entrecortadas que provenían del altar; entonces, con un poco de miedo, me limpié con el antebrazo el sudor que se deslizaba en mi frente y me dirigí al lugar para grabar. Era conmovedor escuchar aquellos llantos y aquellas súplicas, aunque no podía entenderlas, pues los fantasmas tienen su propio lenguaje, un meta-lenguaje casi como el de los dioses.

Grabé el cúmulo de ruidos fantasmales, el cual sólo se demoró un instante. Seguro de haber grabado, más no sé con qué intención, guardé el cassette, como quien protege un tesoro.

III

Metido en la cama el asunto no dejaba de ondear en mi cabeza. De pronto, una idea, aunque descabellada se vino a mi mente. Me acordé que en la Calle 19 con Caracas, cerca de mi residencia en Bogotá, no solamente hay bares de putas y travestis, sino que también observé un día un sitio misterioso, con un aviso hecho sobre una lata oxidada que decía: Centro de Parapsicología. Pensé entonces que estas personas podían tener una especie de aparato fónico, que ayudara a descifrar ciertos códigos lingüísticos de fantasmas.

IV

Al día siguiente, muy temprano, emprendí el viaje de regreso a la capital, y me dirigí de inmediato al Centro de Parapsicología, y como quien está poco convencido de la certeza de algo, llegué a la casa y enseguida toqué la puerta vieja y tiznada, pues la mansión era una construcción de finales del S. XVIII. Las bisagras no dudaron en quejarse, cuando alguien, desde adentro, presionó para abrir. Me quedé un poco sorprendido al ver que quien me invitaba a pasar, era una persona de apariencia enfermiza, de brazos largos y silueta lánguida que me presentó a un sujeto barbado que se encontraba sentado en el fondo de la sala. Una vez dentro de la misteriosa sala, acomodé mi cuerpo en un mueble viejo y roto, les conté el caso y les entregué el material grabado. Sin decirme nada, el hombre de apariencia enfermiza se dirigió a un cuartucho -supongo que era el laboratorio- y luego de dos horas de arduo trabajo, me entregó un papel con los códigos ya resueltos. Los dos hombres me dijeron, con la seriedad del caso, que solo habían podido descifrar la voz de la pequeña, pues las otras voces, las de los Alabaos, sólo eran tarareos de una canción desconocida. El hombre de barbas que acompañaba al de apariencia enfermiza, me miró fijamente y dejó ver su dentadura blanca, cuando me sonrió.

Envolví el papel sin atreverme a leerlo. Ya en la casa, y después de un largo discernimiento sentado frente a mi escritorio, decidí abrirlo. En un principio todo me parecía sin sentido y repetía en mi mente las palabras de aquel papel.

Después que el padre Rafa me aclarara todo, he podido comprender mejor las cosas.

A ustedes sólo les diré el contenido del papel; el resto tendran que deducirlo, yo me limito a anexarles la aclaración que me hiciera el padre Rafa. Sin más preámbulos, aquí les lanzo las palabras: “...general devuélvame a mi Vida”. Vida era el nombre con el cual Alicia, había bautizado a su muñeca.


Por: Jhonny Polo.

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